Como veces anteriores voy escribir um cuento que, en realidad no es tal.
Digamos que fue un hecho, concreto y real, que va ser relatado conforme
lo contó mi tía ya que de ella fue el relato.
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La siguiente historia sucedió hace mucho tiempo. Tanto es así que yo, ni siquiera un proyecto era y mi padre era un niño de la edad de mi nieta hoy. Digamos que fue alrededor de la década de 1920.
Mi abuelo era director y maestro rural en una escuela primaria del interior de Argentina. Como director, también supervisionaba otros establecimientos que también pertenecían a la "parroquia", para lo que utilizaba, por supuesto, un caballo. Mejor dicho, su caballo.
Un día, a la tarde, de regreso a sus pagos, ansioso y con prisa por llegar a su destino, tomó un atajo desconocido y cayó en una trampa bastante común en esos lugares: una especie de arenas movedizas. Él y el animal fueron absorbidos rápidamente y parecía que todo iba a terminar mal para ambos.
Mi abuelo hizo lo que cualquiera de nosotros hubiera hecho en su lugar y gritó alto y claro:
- "¡¡¡Socorro!!!"
Y lo hizo una y otra vez. Con pocas esperanzas ya que esos lugares, y más en esa época, suelen estar despoblados.
Algunos comentarios son necesarios para la correcta comprensión del informe.
La palabra "matrero" en Argentina definía al prófugo que buscaba el "monte" para esconderse de la policía o la justicia. Y "monte" era (y sigue siendo) la tierra inculta cubierta de espinillos, arbustos y matorrales.
Mi abuelo entonces estaba en el "monte" con un caballo, pero sin ayuda.
Como si viniera del más allá, vio a un hombre relativamente joven que se le acercaba. Andrajoso, barbudo y sucio, pero bien montado. Y lo que era peor, con una cara de poca o ninguna simpatía. Era uno de los "matreros" del lugar. Por supuesto mi abuelo le pidió que lo sacara de esta situación y así salvarle la vida. La respuesta fue fría y cruel:
- No te conozco y no te debo nada. ¿Por qué debería ayudarte?
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Mi abuelo se quedó sin respuesta. El silencio fue roto por otra pregunta del "matrero":
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- "¿Y a qué te dedicas?"
- "Soy el maestro de la escuela", respondió mi abuelo.
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El tipo lo miró pensativo por instantes, que a mi abuelo le parecieron siglos, y finalmente el matrero habló con repentino respeto:
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- "¿En serio?... en ese caso...
Vea, en mi opinión usted cumple una de las pocas tareas importantes: enseñar a los niños...
Tal vez mi destino hubiera sido diferente si hubiera encontrado al Señor
en otra situación, digamos en un salón de clases.
Lo voy a ayudar".
Y lo sacó del apuro.
Antes de despedirse y agradecer, mi abuelo le preguntó cómo podía, a su vez, ayudarlo.
El "matrero" respondió:
- "Primero, sigue educando a los niños.
Segundo, no le diga a extraños que me vio, y tercero,
si pasa por aquí en otra ocasión,
llevando una ginebra y un poco de tabaco, distraído
los deja caer y grita en voz alta como lo hizo hace un rato:
¡Soy el maestro!
y váyase despacio"
Mi abuelo cumplió religiosamente los tres pedidos.
Moraleja de la historia: incluso los "matreros" conocen la importancia de la educación.
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Ya que ella salva vidas. Como salvó la de mi abuelo.