Atardecer en la pampa. Había un hombre sencillo y modesto del campo mateando bajo la sombra de un frondoso ombú.
Un alambrado de púas lo separa de la carretera.
Se detiene un coche con patente de la capital. Sus ocupantes bajan, lo saludan y le preguntan de quién es la propiedad.
- Es mía, les contesta.
- ¿Pero usted no la explota?
- Les presento a mis padres, a mi esposa, a nuestra pareja de hijos y a mi querida tía
- Por supuesto que si.
Con lo que ella produce es que se mantiene la familia.
- Pero debido al tamaño y la calidad del campo, ustedes podrían obtener mucho más que el sustento familiar.
- Sería inútil, porque no se necesita.
- ¿Y el futuro de sus hijos?
- Se está construyendo, señor. Estudian, tienen muchos amigos y también ayudan con las tareas. Siempre aprendiendo, porque no se sabe lo que depara la vida. Como tenemos fe, vamos a la iglesia y tratamos de ser así como rezamos. Fe que nos permite agradecer los beneficios que recibimos y soportar las penurias que siempre tiene la vida.
- Pero si el futuro es impredecible, ¿no debería ampliar sus actividades?
- ¿De que manera?
- Desarrollar una actividad, digamos más industrial.
- ¿Para que?
- Para ganar más dinero, ¿por qué otra razón?
- ¿Y para qué?
- Con más capital pueden trasladarse a la ciudad, y desarrollar allí actividades con mayor retorno económico.
- ¿Y para qué?
- De esa manera, dentro de treinta años, usted y su familia, ya ricos, pueden volver a su campo y tomar su mate bien tranquilos.
- Eso que usted propone no tiene sentido. Serían treinta años de nuestras vidas desperdiciados, porque eso es lo que estamos haciendo hoy.
Este sencillo hombre, de fe inquebrantable y, por ello, seguro de sus pasos, resiste, sin tentanción ninguna, a la propuesta ofrecida.
Manera sencilla de indicar un camino. Funciona de la misma manera que una fábula, ya que una conclusión moral es inevitable.