Como veces anteriores voy escribir um cuento que, en realidad no es tal.
Digamos que es un cuento con final para meditar.
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Trabajo Voluntario
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El tema de nuestra muerte es un entredicho en la sociedad actual, pero ni siempre fue así.
No es negando que uno la evita.
De hecho, el hombre está sujeto a esta, una de las grandes leyes de la especie.
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Le preguntan a un anciano, triste, cómo está y que es lo que hay com él.
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A lo que responde:
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" La muerte está presente, esto es lo que hay "* 1
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Es a partir de esta comprensión que el amor a la vida se vuelve más fuerte y que cada segundo vale por toda ella.
Nuestro miedo me parece que no se refiere principalmente a nuestra propia muerte, sino a la del otro
Razón más que suficiente para gozar plenamente de su compañía.
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Aprovechando el argumento, menciono otro, el que es, para mí otra gran ley de nuestra especie:
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“No estamos para ser servidos, sino para servir”.
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Todos buscamos trabajar, siendo el principal motivo consciente nuestro sustento y el de nuestra familia.
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El inconsciente sería que el producto de nuestro trabajo es útil a los demás,
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por lo que, si se trabaja, no hay forma de sustraerse a la acción de servir.
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Utopia mediante y esperando que no venga un Enrique VIII que quiera mi cabeza,
podríamos cambiar el orden y colocar el inconsciente en primer lugar y el consciente en el segundo.
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Es decir, nuestro trabajo como aporte a la felicidad y el bienestar de los demás como lo principal,
y el propio sustento como su natural consecuencia.
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Ciertamente estaríamos, no sé si felices, pero sí más satisfechos y alegres.
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Si no tengo razón, ¿por qué tantas personas mayores de sesenta años están tan tristes, aunque su sustento está garantizado?
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¿Será que la "utilidad financiera" de cada uno de ellas ya venció?
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¿No será en cambio, que su utilidad social permanece firme y lista para funcionar cuando solicitada?
¿No existirá, en la búsqueda del mal llamado "trabalho voluntario" *2por parte de personas de esta edad, la intención, la necesidad y el deseo reprimido de servir?
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Yo, no tengo dudas, y digo que ¡si!
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Un señor fabricó paraguas toda su vida.
Eran de muchos colores. Verdes, azules, naranjas, rojos, blancos, grises; todas las emociones que se quieran.
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¿Y los mangos? De superlativa belleza.
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Cómo eran tiempos antiguos y reinaba otra mentalidad; había de marfil, de madera e incrustaciones con piedras preciosas.
En definitiva, para todos los gustos y bolsillos.
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Ya anciano, un día de fuertes lluvias, sale a la puerta de calle de su casa, y ve que muchos estaban protegidos por uno de sus paraguas.
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Ancianos y niños, hombres y mujeres. La calle era un festival de colores y diferentes personalidades representadas por ellos.
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Su rostro se abrió en una amplia y agradable sonrisa, y pensó:
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e pensou:
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"A vida esta presente, eis o que há"
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Entró nuevamente a su casa y, alegremente, reabrió su antiguo taller.
Mirando la calle desde la ventana se dijo a sí mismo: